viernes, 7 de agosto de 2009

MICRORRELATO:


AL DIOS DESCONOCIDO
Por Ed Chinasky

"Mientras me paseaba recorriendo los monumentos sagrados, me encontré con un altar con la inscripción: Al Dios desconocido"
(San Pablo en el Aerópago, 17: 23)
En un jardín celeste, un Dios Desconocido abandonó los vinos de la dicha, la música de la opulencia y meditó sobre la paz oscura del Caos y el Orden (esa tormenta mundana que día a día se arrastra hacia el abismo, ese mundo fétidodo donde se agitan las almas vacías, esclavas del tiempo).

Luego escrutó la cara del miedo, los ojos negros de la miseria, el misterio que rodea al dios Temis, las negras tinieblas de la mentira, y la incesante hueste de seres alados que descienden desde el Empíreo durante la era en que el relámpago de la riqueza los expulsó de las moradas eternas; también recordó cuando regaló a la humanidad la muerte y el suave olor del olvido para mitigar las penas y suavizar el sufrimiento humano.



¡Injusto! Despojado de la eternidad, sin banquetes, sin veranos, vagó con odio en la sangre, con caos en la mente... y un muro detuvo su fuga.
Ahora, mientras contempla sus errores: el vacío, la ambición -que arraiga el noble al poder- y las inefables tosquedades del espíritu humano, llora el oro de sus ojos, escancia la hiel del dolor, vuelve a llorar y quizás se arrepiente del pasado inmutable. Y, deseando colmar también de felicidad, justicia, claridad y paz cada molécula del orden del mundo; allí, en ese paraje donde no imperan los besos profundos de Venus- sólo el crimen sádico- ni tampoco se sirven los vinos de la dicha, sólo la hiel de lo ocre; sólo hay música disonante y cacofónica, como el fragor de una batalla, (todo esto junto pensaba cambiar). Cuando en el segundo exacto en que está a punto de descender para perderse, una diosa le escancia un néctar sublime, le mira los labios sabrosos, los ojos necesarios y se los besa. Parpadea, él entonces, y olvida al mundo, a su caos, al pasado execrable ...y se entrega al placer.



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